Una breve historia sobre el jjigae de pasta de soja de mi madre

Como ahora, siempre he tenido un paladar infantil. Prefiero la comida dulce, salada, picante o novedosa, y como poco. Como mencioné antes, un desayuno de huevo, manzana y plátano suele ser una tortura para mí. Lo mismo ocurría con la sopa de miso. No me gustaba su olor y sabor característicos, un tanto rancios.

No recuerdo cuándo fue, hace ya mucho tiempo. Pero un día, mirando la sopa de miso hirviendo a borbotones, sentí un fuerte deseo de comerla con arroz. En ese entonces siempre comía solo, así que me armé de valor, serví un poco de sopa en un bol y añadí arroz. Ese día me enamoré de la sopa de miso de mi madre.

Desde entonces, cada vez que como sopa de miso, a menos que mi madre me la prepare, tengo la costumbre de añadir arroz. De hecho, comer arroz en la sopa puede ser perjudicial para la salud, pero en un día fresco como hoy, uno anhela un tazón de sopa caliente con arroz. Incluso pude superar mi aversión al caldo de abadejo y algas marinas comiéndolo con arroz.

Como dije al principio, aunque todavía tengo un paladar infantil, he mejorado mucho en comparación con hace veinte años. Además, al mudarme a Estados Unidos, mi dieta, antes basada únicamente en comida coreana, se ha diversificado, y sobre todo, el poder comer todo tipo de carne a precios asequibles me hace sentir muy feliz y agradecido.

En ese sentido, para esta noche he elegido el kimchi jjigae con ramen, que ya compartí anteriormente.